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  • Foto del escritor Joaquín Páramo

De la inteligencia y otros mitos





Hoy día, gracias a la medicina moderna, algunas parejas con dificultades de procreación pueden recurrir a la donación de esperma cuando es el varón quien tiene problemas en la calidad de su semen. También se da el caso de la donación de óvulos cuando los problemas de fertilidad se originan en la mujer. En estas situaciones, quien quiera postularse como potencial donante de esperma o de óvulos debe por supuesto, cumplir algunos requisitos y, entre ellos, un alto coeficiente intelectual (un test), buena salud psico-fisiológica, estar en un rango de edad (18 a 35 años) y el recuento de otra información como su origen étnico, nivel escolar, religión, actividad actual, peso y estatura.


No hace mucho, en uno de esos documentales famosos de National Geographic mostraban la vida de un hombre que había obtenido altísimos puntajes en diversas pruebas de inteligencia. Su vida transcurría plácidamente. No se imaginen que trabajaba en la Nasa o en investigación en biología o en electrónica; tampoco era un gran músico o deportista, ni catedrático emérito ni candidato a un premio Nobel ni nada por el estilo. El hombre dedicaba buena parte de su tiempo a formar su cuerpo en el gimnasio. De otras actividades poco o casi nada se comentó fuera de lo que lo trae a nuestra historia: Era un “donante” de semen. Al parecer parte de los ingresos de este señor provenían de la venta o “donación” de su esperma a uno de tantos bancos de semen en USA.

Este sujeto resultó ser el padre de una niña a quien su madre quería que ella conociera. Y como en algunos estados de la unión americana la ley garantiza el derecho de las personas a saber quiénes son sus padres cuando han sido concebidas artificialmente, la mujer localizó al padre biológico de su pequeña hija y le pidió una cita para conocerlo personalmente. La entrevista de la madre y su hija con el donante, según lo registra el documental, fue algo breve, sin escenas ni dramas como era deseable.

Acordaron al final una nueva reunión que la niña aprovecharía a solas para conocer mejor a su padre biológico. Pero, para sorpresa de todos, cuando por fin llegó el día y la hora señalada, el donante dejó a la niña plantada y muy decepcionada. El fulano, más adelante y sin ofrecer disculpas, explicó que no tenía interés en tratar más a la niña y menos en establecer alguna relación con ella.


El desenlace no es tanto como para entristecernos dadas las circunstancias, y haríamos mal en culpar al padre aquél. Al fin y al cabo, la política de los sistemas de inseminación artificial no implica forzosamente establecer vínculos de ninguna clase entre los donantes y los receptores. De esto eran conscientes las partes mucho antes de someterse a dicho convenio. No obstante, no deja uno de preguntarse: ¿a qué harían referencia los altos índices de inteligencia del tal donante? Su vida no parecía contener nada especial; más bien se mostraba como un personaje a todas luces patético e insignificante y, como si fuera poco, indolente con el interés de la niña en conocerlo. Era un hombre obsesionado con su apariencia física y muy orgulloso de sus puntajes en los tests de inteligencia, a tal punto que llegó a afirmar ante las cámaras, sin pudor alguno, que lo que más deseaba en la vida era que sus genes se propagaran por toda la humanidad.


La búsqueda de las causas.

Si la madre de Juanito le viene animando a compartir su merienda con su hermanito menor, y días más tarde en el colegio, Juanito actúa así con sus compañeros o de forma parecida, lo más probable es que la profesora que lo ha notado, diga que Juanito es generoso. Pero, sin haber observado nunca dicho acto o algo parecido, ¿podría la profesora afirmar lo mismo? Claro que no. La generosidad no existe independientemente del acto al cual se califica así. Es solo un término que describe de manera simplificada una acción en particular. La causa de que Juanito comparta su merienda no es otra cosa que el resultado de las enseñanzas de su mamá. El problema, cuando tratamos de explicar nuestros actos, surge cuando cosificamos los términos que usamos como explicación; es decir, cuando los convertimos en entidades con existencia propia e independiente. Por eso, es fácil entonces concluir, siguiendo nuestro ejemplo, que Juanito regala su merienda porque es generoso.

El término, que comenzó siendo una descripción abreviada de la acción de Juanito de compartir su merienda, pasó a ser su causa. Como puede verse esto es un gran error. Y así las cosas, no faltará además, quien ahora trate de ubicar en alguna parte (en la mente o en el cerebro) la generosidad o, en otros casos semejantes, la fuerza de voluntad, los deseos, los propósitos, las estructuras mentales o cognitivas, y la inteligencia, entre otros conceptos. Todas estas explicaciones intrapsíquicas que no son tales, sólo son otras formas de expresar, como el caso de Juanito con su generosidad, el mismo fenómeno que se intenta explicar. Insistir en esto sería equivalente a desbaratar un objeto cualquiera hasta sus componentes más simples con la pretensión de explicar por qué pesa lo que pesa, y es bien sabido que tal propiedad, el peso de los cuerpos, depende del lugar donde se encuentren, ya sea en nuestro planeta o en el espacio en donde la fuerza de la gravedad actúa de maneras diferentes. Nuestra conducta, como el peso de los cuerpos, es un fenómeno que depende del entorno.


¿Qué es la inteligencia?

Este término, como el de la generosidad y otros que mencionamos cuando hablamos de la mente, tiene las mismas dificultades si se utiliza como explicador de la conducta. Por eso, bastará con emplear sólo para describir brevemente una habilidad en particular que alguien pueda tener. No obstante, creemos necesario abundar un poco en este tema porque, a diferencia de la generosidad y otros términos mentalistas, la inteligencia es un concepto con el que se pretende diferenciar a las personas o predecir su desempeño, principalmente, en el medio académico.

Veamos primero de qué se trata el cociente intelectual o denominado en forma abreviada como CI que supuestamente mide la inteligencia.

Básicamente es un número que obtiene una persona como resultado de responder a una prueba (test) de inteligencia. El valor obtenido puede ser alto, medio o bajo dependiendo de la media que se ha conseguido de realizar estas misma pruebas en personas de su misma edad. Se establece que un CI medio para un grupo de edad es 100. Un resultado por encima de la media significa que se es inteligente y por debajo, poco inteligente. Eso es todo.

Lo que se espera de la prueba es que con sus resultados se pueda predecir el nivel de desempeño que una persona podría tener resolviendo problemas de matemáticas, de negocios, o con habilidades de relaciones interpersonales, de administración, etc. Pero no es así; lo que verdaderamente está evaluando la prueba es la destreza de esa persona resolviendo ese tipo de pruebas; y nada más que eso.

Entre tanto, preguntémonos: ¿qué es lo que observamos cuando decimos de alguien que es inteligente? Con seguridad lo que observamos es una “habilidad” que tiene una persona por encima del promedio para resolver un problema ya sea de matemáticas, de negocios, de relaciones interpersonales; o también, que su conversación es ilustrada, que escribe muy bien, etc.

Ahora bien, ¿por qué esta persona hace buenos negocios, o le va bien en el colegio o la universidad, o resuelve tan bien los conflictos interpersonales? La respuesta más común suele ser, ¡ porque es inteligente!. Vuelve y juega, como con nuestro ejemplo sobre la generosidad: es tautológico, no explica nada y es solo un término que describe brevemente una destreza o habilidad en particular, etc.

Desde nuestra perspectiva, una buena explicación es aquella que nos permite identificar las causas de aquello que intentamos explicar, pero solo en la medida en que esto se pueda contrastar o verificar con todo rigor. Decir que alguien es buen estudiante o que tiene buenas calificaciones porque es inteligente, como ya sabemos, no dice nada. En este caso, mejor afirmar que tal persona obtiene buenas calificaciones porque estudia y hace sus tareas como debe. Con esta explicación estamos apuntando a sus causas y con seguridad lo podremos probar.

Con todo y esto, se sigue creyendo que la inteligencia es un hecho estable, que se tiene o no se tiene; que puede incluso explicar las diferencias entre las personas. Pero una cosa es reconocer las diferencias entre las personas frente a problemas dados y otra muy distinta establecer a qué se debe.

Como con la “inteligencia”, ocurre igual con conceptos tales como las cogniciones o deseos, expectativas y creencias. Nadie ha sabido precisar qué son, dónde se encuentran o en qué consisten; y menos se sabe cómo funcionan y cuáles son sus manifestaciones, si es que las tienen. Quienes así piensan, asumen que las causas de nuestro comportamiento se encuentran en en el interior del organismo o en su “ aparato cognitivo”. Y tampoco es tan simple como establecer que lo cognitivo es cuestión de perspectiva o de mirar desde otro plano el fenómeno conductual; o que el análisis experimental de la conducta (AEC) no lo toma en cuenta porque tales “procesos cognitivos” no se pueden observar directamente o no se pueden manipular. Por cierto, como el cognocitivismo, Freud ideo, como explicación mecanicista de nuestros actos, una psique compuesta por una serie de partes que interactuaban entre sí.

Explicar lo que hacemos por nuestros deseos, expectativas y demás, es caer en los errores categoriales como cuando hablábamos de Juanito el generoso.

Conceptos tan equivocados como el de la inteligencia pueden llevar a creer, con base en los tests, que hay individuos mejor dotados para ingresar a un centro educativo, a un puesto de trabajo o a desarrollar una determinada actividad. Así las cosas, no es de extrañar que persistan o se agudicen ciertas prácticas discriminatorias que impiden que grandes sectores de la población mejoren sus condiciones de vida al no facilitársele, por ejemplo, el acceso a la educación. Más grave aún es suponer –ya ha ocurrido–, que hay razas superiores a otras simplemente porque los resultados de ciertas pruebas de inteligencia parecen indicarlo. Otro daño se hace cuando algunos profesores, con la falsa creencia de que uno o más de sus alumnos no son inteligentes, los tratan como tales y por eso los estimulan menos o no les brindan las mismas oportunidades para aprender que a los demás. Este punto puede ilustrarse mejor con el siguiente experimento:

A un grupo de estudiantes se les aplicó un test o prueba de inteligencia en donde se encontró que algunos de ellos mostraban coeficientes muy bajos. Y esto parecía coincidir con su desempeño académico. Según la prueba y sus calificaciones estas personas “no eran inteligentes”. Los investigadores, sin embargo, les hicieron creer a los profesores todo lo contrario: que tales estudiantes eran los que mejores puntajes habían obtenido en la prueba; tenían, les dijeron, un alto coeficiente intelectual. Meses después, los investigadores regresaron al colegio y pudieron constatar que aquellos estudiantes que los profesores asumieron, como altamente inteligentes, por la estratagema de los experimentadores, ahora mostraban un excelente desempeño académico. ¿Cómo explicar esto? Todo parece indicar que el trato diferencial (el entorno) por parte de los profesores a dichos alumnos tuvo que ver con el asunto.

Veamos otra peculiaridad que nos trae el tema. Se dice, por lo general, que alguien es inteligente si muestra ciertas habilidades y, especialmente, si es bueno en la resolución de problemas matemáticos. Pero sabemos que esta misma persona podría ser incompetente en biología, en lenguaje o en solucionar sus problemas de la vida diaria. Como vemos, podemos ser “inteligentes” para algunas cosas y quizás muy torpes para otras.

Y que lo inteligente o lo brillante esté asociado con los números es un asunto bastante relativo. El mundo moderno con todo su derroche de tecnología así lo dispone. No en vano el desarrollo de la educación en el mundo se mide por la cantidad de ingenieros que forma. Se dice que los alemanes y los japoneses, por ejemplo, hoy día aventajan a los estadounidenses en educación porque gradúan más ingenieros al año. Pero a la luz de los nuevos adelantos en otras áreas, nuestros profetas modernos parecen vislumbrar un futuro cimentado en la biología, o en la biotecnología para ser más precisos. Para entonces, los biotecnólogos serán destacados como las personas “más inteligentes”, y sobre el número de egresados en esa área los países harán las evaluaciones de sus sistemas educativos. Desde esta perspectiva se entiende entonces que la “inteligencia” no es una propiedad estable de las personas y más bien parece un asunto bien relativo que obedece a las valoraciones que nuestra cultura hace en función de sus requerimientos.


La clave está en las circunstancias o condiciones.

Si usted no se destaca como buen estudiante y, particularmente, si sus peores calificaciones están en el área de las matemáticas, es muy probable que, frente a sus compañeros, que sí muestran un buen desempeño, sea señalado como poco inteligente. Ahora bien, puede que en un arranque de orgullo personal usted decida no dejarse apabullar de nadie y acepte el desafío de recuperar su imagen y resuelva entonces tomar unos cursos extra sobre fundamentos de matemáticas y otros que lo orientan poco a poco en los contenidos que se ven actualmente en su curso. Todo esto dentro de una metodología que incluye, además de un buen maestro, seguir cuidadosamente las instrucciones de este libro. Con el tiempo, los resultados comenzarán a notarse; los verán sus profesores, sus compañeros y, por supuesto, sus padres cuando reciban las calificaciones. Pero, ¿no que usted era poco inteligente? Al parecer lo que ocurrió fue simplemente que se puso las pilas diseñando y poniendo en práctica algunas instrucciones para mejorar sus notas. Luego, podemos deducir que si antes obtenía malas calificaciones no era porque una “condición mental” (inteligencia) lo inhabilitara; lo que ocurría con toda seguridad es que usted no contaba con un método eficaz de aprendizaje y otros requisitos. ¿Para qué entonces recurrir a un concepto como el de la inteligencia que no explica nada y que, además, puede ponerlo en el peligro de ser etiquetado como poco inteligente y que lo traten como tal? Quizás no le importe, pero esto no le va a facilitar las cosas. Entonces, ¿por qué, en vez de insistir en explicaciones mentalistas, no hablar, más bien, de la necesidad de arreglar ciertas condiciones en el entorno que faciliten el aprendizaje?


La inteligencia no es más que las habilidades que una persona ha desarrollado gracias a que ha podido contar con un medio favorable. Es decir, la “inteligencia” es algo que se puede aprender.

Adviértase que con estos planteamientos estamos llegando a dos conclusiones importantes:

1. Que las explicaciones de nuestros éxitos o fracasos no se encuentran en nuestro interior (inteligencia) sino en el entorno (un buen profesor, motivación, recursos, modelos adecuados, etc.) y

2. Que podemos cambiar lo que parecía inmutable, es decir, podemos corregirnos y ser mejores. La biografía de los grandes “genios” está llena de lecciones sobre esto. Se sabe por ejemplo, para citar un solo caso, que Einstein en su juventud fue más bien un estudiante mediocre.

–¿Y Leonardo Da Vinci, Mozart y tantos otros, no fueron genios?

Muchos “genios” o “superdotados” a los que la historia suele destacar tanto merecen ser reconocidos y de hecho nos sirven como modelos a seguir, pero no debemos olvidar que fueron las circunstancias las que hicieron posible su talento. Mozart fue un gran músico sin lugar a dudas y sabemos que compuso su primera sinfonía antes de cumplir los 10 años, pero olvidamos que este niño “prodigio” fue formado bajo la tutela de su padre, un músico destacado que se preocupó por instruir a su hijo desde muy temprana edad. Y esto para citar un solo caso. Los grandes hombres forjadores del mundo en cualquier disciplina como la política, las artes o la ciencia fueron resultado de sus circunstancias, de su educación; de un entorno que favoreció el desarrollo de esas cualidades y que a la postre habría de hacer de cada uno de ellos personajes glorificados en su propia época o después. De modo que el modelo a seguir no es tanto lo que hicieron estos personajes sino las condiciones o circunstancias que facilitaron la creación y el desarrollo de su “talento”.

La verdad, no hay tales genios o personas inteligentes, al menos no en el sentido con el que los medios o ciertas prácticas pseudocientíficas nos han querido transmitir. Es decir, que se nace con talento, o que las personas que se han destacado en algo poseen un halo mágico venido no se sabe de dónde y que los hace capaces de muchas cosas. No hay tal. No existe esa propiedad estable independiente del medio en la cual se ejerce. De modo que no se preocupe usted si le han hecho creer que es poco inteligente o mucho, o si tiene o no las habilidades para determinada actividad. Es solo cuestión de aprendizaje. Le resulta más útil preocuparse por crear o disponer de las condiciones para que lo que desea hacer de sí mismo ocurra verdaderamente.

Por todo esto que hemos venido exponiendo y por otras muchas razones que el espacio no nos permite enumerar, es que han venido perdiendo terreno las teorías sobre la inteligencia. Las publicaciones recientes sobre este tema ya no se concentran en su concepto tradicional de razonamiento abstracto, lógica, etc. Ahora se habla entre coletazos de agonía de inteligencia musical, naturalista, interpersonal, intrapersonal, lingüística, emocional, etc. De modo que si usted se revisa o se auto observa cuidadosamente puede inventar la suya, por lo que hace bien ahora o por lo que piensa desarrollar; que no son otras “inteligencias”,simplemente son etiquetas que enuncian habilidades.


Pero, yo he notado que algunos de mis compañeros de clase dicen no estudiar en su casa y yo les creo, y sin embargo a menudo obtienen las mejores notas. No veo que hagan el mismo esfuerzo que me toca a mí para no reprobar en las materias. Siempre he pensado que ellos son más inteligentes que yo.

Y yo a usted le creo eso de que hay estudiantes que no tienen que estudiar tanto en casa y aun así les va muy bien. Pero eso no se debe a que sean “inteligentes” en el sentido que usted lo piensa o como lo hemos comentado. Lo que seguramente ocurre es que son personas que tienen una larga historia de poner atención en clase, de saber cómo tomar apuntes, de “intuir” lo importante del discurso del profesor, de relacionar entre sí las ideas importantes de una clase, una historia previa con el tema, etc. Todo esto, sus compañeros “brillantes” lo han aprendido y usted también puede hacerlo.

En síntesis, la inteligencia no es más que lo que miden los tests de inteligencia. Es una prueba más como cualquier otra y de quienes obtienen altos puntajes solo se puede decir que son buenos para responder esos cuestionarios. El test de inteligencia es, a lo sumo, un examen escolar como cualquier otro. De suerte que tomar decisiones basados en estas pruebas sería un craso error pues no existe evidencia científica seria que sustente fehacientemente la existencia de eso que se llama inteligencia y mucho menos que tal condición sea hereditaria como muchas veces se afirma.

Y para terminar bastaría con agregar que hay suficiente evidencia sobre el papel que juega el ambiente como para suponer que es aquí donde se marcan las diferencias entre las personas. Para decirlo de otro modo: es el entorno del individuo o sus condiciones de vida las que lo habilitan o no para enfrentar sus realidades académicas, laborales, personales o de cualquier otra índole.

Tal vez la siguiente historia pueda ayudarnos a entender todo esto.

Una vez, un extranjero que andaba perdido luego de un paseo por el campo se encontró con un campesino y su hijo. Fue la oportunidad de averiguar por el camino de regreso.

– Do you speak english? – preguntó el extranjero y los campesinos lo miraron sorprendidos sin musitar palabra.

– Parlez vous francais? –preguntó de nuevo sin obtener respuesta.

– ¿Parla italiano? Y nada. Los campesinos seguían sin entender y como no consiguió respuesta alguna, el extranjero decidió seguir el camino por su propia cuenta. Los campesinos se quedaron mirando cómo se alejaba el extranjero. Al rato, el niño dijo a su padre: Papá ese señor parece ser muy inteligente, ¿Viste cómo domina tantos idiomas? A lo que el padre le contestó: para lo que le ha servido…

De otros mitos hablaremos en otra oportunidad

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