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  • Foto del escritor Joaquín Páramo

La alegría de aprender

Actualizado: 2 oct 2019


-Hola, hijo, ¿Cómo te fue hoy en el colegio?

-Bien

-Y, ¿qué hiciste? -Apremia la madre.

-Jugar -Responde el niño.

-¿Nada más? -Vuelve a preguntar la madre.

-No. Después salí a recreo.


Para comenzar, quiero citar a algún psicólogo de vieja data -cuyo nombre no logro acordarme- quien dijo alguna vez: “Habrá una revolución educativa cuando los alumnos, estando en el recreo, al escuchar la campana para ir a clase, salen volando a ella en un frenesí incontrolado” …o algo así. ¿Suena bien no? (la idea, por supuesto). Pero creo que estamos lejos de lograrlo; a menos, claro está, si…


Cuando llegué, y ante la escena, olvidé de inmediato a qué iba. Era tal el entusiasmo general que pude, y gracias a una sutil señal aprobatoria de la docente, deslizarme inadvertidamente hasta un rincón del salón para permanecer allí, como un mueble, hasta el final de la clase. El alboroto se debía al afán de la mayoría de que la profesora concediera puntos por las respuestas correctas a sus preguntas. Y así fue en muchos casos. Los ganadores de puntos no disimulaban su satisfacción; los otros, más bien pocos, los que no habían acertado o que no pidieron la palabra, permanecían expectantes por todo el proceso. Todo parecía tan fácil…

Al final le pregunté a la profesora por qué cosas o privilegios especiales podrían sus alumnos cambiar los puntos ganados. Le hice notar, además, que no vi que ella o alguien más registrara los puntos que se ganaban. No hay nada de eso, me contestó. Para estos chicos, dijo sonriente, ganar puntos por sus respuestas correctas es suficiente. En la primera parte de la clase -continuó la profesora-, expliqué los temas y solo al final, cuando tú llegaste, recién había comenzado la ronda de preguntas. Ya en otra oportunidad habíamos implementado esta dinámica con los resultados que has visto, concluyó.

Me fui pensando en eso: los puntos no tenían ningún valor de intercambio; luego, lo que podría estar explicando la atención en clase y el entusiasmo durante el cuestionario del final era, posiblemente, el reconocimiento que un alumno recibía por parte de la profesora o de sus compañeros al acertar con sus repuesta. Tal era la dinámica del juego y eso bastaba.

Pero, ¿y qué del valor intrínseco de lo que se enseña? ¿No se supone que debemos lograr que el aprendizaje sea el resultado de lo que se enseña, o de su práctica para que éste ocurra? La frase bien construida, la historia misma, sus significados y las relaciones con los conocimientos e intereses de quien aprende, entre otras cosas, acaso, ¿no es suficiente y mejor que ganar un premio por leer un buen libro? ¿Hará falta un premio distinto cada vez que se termina la lectura de un libro para “amar la lectura"?


El “control” de la clase.

Para facilitar los procesos de la enseñanza-aprendizaje, a lo mínimo que debemos aspirar en el salón de clase es que se sigan algunas reglas de comportamiento. Del otro lado, (el de los alumnos, quizás) también podría afirmarse que a lo mínimo que se debe aspirar es a que la clase sea tan interesante que importunarla no valga la pena.

Si nos aferramos a la primera pretensión parece tener sentido establecer que primero se deben seguir algunas reglas cuyo cumplimiento garantice, en alguna medida, el éxito de lo que se busca en una clase y, después, poner en práctica el proceso de enseñanza previsto. Pero si, por el contrario, nuestro afán es que lo que se enseña verdaderamente cause un inusitado interés, el seguimiento de las reglas de disciplina parece ser lo de menos, porque seguirlas será consecuencia de lo atractivo que resulta aprender.

En otras palabras: Formular e imponer reglas de disciplina[i] (ya nos pondremos de acuerdo en qué consiste esto) tiene sentido en la medida en que su seguimiento permite acceder al beneficio de las tareas emprendidas en clase o a la evitación de perderlo si no se siguen. Se puede afirmar también que no hace falta formular y menos imponer reglas de comportamiento porque tal tarea debe ser consecuencia (implícita) necesaria de un proceso estimulante de aprendizaje.

O ambas cosas bien combinadas.

Quienes han asistido a un juego de BINGO habrán podido notar el nivel de concentración de sus participantes y su entusiasmo generalizado. Muy pocos se arriesgan a perderse el anuncio, por parte del moderador, de la letra y el número sacado en suerte:

—N… [inaudible] 22. —Anuncia el locutor, levantando una bola

—¿N… qué? —Pregunta alguien que no quiere perder la posibilidad de llenar al menos una línea de su cartón.

Pronto, el despistado logra enfilarse a la mayoría, que no quiere perderse cada uno de los anuncios de letras y números del juego.

El bingo y otros juegos parecidos tienen mucho en común con la clase a la que nos referimos arriba y con el método utilizado por un profesor de sociales sobre el que haremos mención más adelante.

¿Será posible diseñar algo así en nuestras aulas pero que el entusiasmo no dependa tanto de lo que se podría conseguir como premio al final, como en el juego de marras, sino del acceso (o construcción, etc.) del contenido de lo que se quiere enseñar?

En estos juegos las reglas importantes (o las que se deben seguir para que quien participa en ellos tenga alguna posibilidad de ganar) son las del juego mismo; pero las reglas de disciplina como llegar a tiempo, poner atención, no importunar al compañero, hacer silencio (al menos mientras se anuncia la letra y el número) no harán falta. La dinámica del juego sugiere (o impone) dichas reglas de disciplina. Infringirlas, atenta con la posibilidad de ganar en el juego que exige: llegar a tiempo, poner atención, etc.


Hace algún tiempo fui invitado por un profesor de sociales a participar como jurado de un debate que se había organizado para discutir la situación política de Siria (¡Qué bueno!, un tema de actualidad). Si no recuerdo mal, durante las dos sesiones a las que pude asistir, el profesor tuvo que llamar al orden (o corregir la indisciplina) cerca de cinco veces; pero fueron comportamientos de indisciplina pertinentes, valga decirlo; porque el desorden consistió en las disputas que tenían lugar entre los estudiantes sobre las ideas debatidas fuera del orden establecido para tratarlas. No fueron llamados de atención por las razones de siempre.

Sin lugar a dudas fue la dinámica (Método de Casos) organizada por el profesor, la protagonista principal. En esta experiencia se superpone la motivación por aprender sobre el requisito del buen comportamiento.

Con seguridad muchos profesores, han logrado lo mismo: diseñando y poniendo en práctica métodos equivalentes. Pero, habrá quienes tendrán dificultades en hacer de dichas prácticas algo permanente debido, entre muchas cosas, a la particularidad de ciertos temas, la falta de recursos, el fenómeno de la habituación (lo que resulta estimulante al principio termina aburriendo), etc.

Siempre ha sido un reto cautivar la atención de los aprendices. Hoy en día, con mayor grado, pues se tiene que competir con una enorme fuente de proveedores de gratificaciones inmediatas que el mundo moderno ofrece a nuestros chicos: videojuegos, decenas de canales de tv, cine, redes sociales, conciertos, y un largo etcétera.

Y si bien el método de casos utilizado por el profesor de sociales facilitó un ambiente de incentivos (o reconocimientos) inmediatos, no siempre es posible -como ya lo dijimos-, implementar o hacer permanente tales estrategias. Y si lo fuera, no olvidemos que, al fin y al cabo, la vida no es un videojuego y tampoco se puede tomar deportivamente (Que me perdonen los epicureístas): la clase magistral siempre hará falta.

Los resultados de mucho de lo que hacemos hoy solo se verán en el largo plazo y eso a veces implica soportar cosas desagradables: hacer tareas, ser puntales (a sabiendas de que no hay algo agradable en ciernes), dejar de conversar con los pares, prescindir de los audífonos, etc. Calcular o prever que hay cosas que resultan desagradables a corto plazo, pero de grandes beneficios en el mediano y largo plazo es un aprendizaje necesario. A veces esto requiere de muchos años, cuando lamentablemente no nos queda mucho tiempo para verificarlo. Lo contrario también funciona. Es decir, algunas cosas pueden resultarnos agradables de forma inmediata pero, a la larga, pueden resultar terriblemente dañinas: el alcohol, las drogas, el cigarrillo, etc.

Diversas investigaciones muestran que los estudiantes, al preguntarles por qué estudian, agrupan sus respuestas en mayor o menor medida en “porque tenían que hacerlo, porque les gustaba y porque querían trabajar en esa área cuando fueran grandes”. Pero una cosa es lo que piensan o lo que dicen que “los motiva” y otra lo que verdaderamente sucede.

Por todo lo anterior, y en lo posible, nos toca combinar el esfuerzo de hacer una clase interesante (al menos para la mayoría) con la imposición (o negociación) de algunas reglas. Por supuesto, disponer de información sobre los precurrentes de cada estudiante, su línea de base o estado actual de sus conocimientos en función de las metas buscadas por la materia, tener objetivos claros sobre lo que se espera que aprendan, los métodos por implementar y los sistemas de evaluación, son asuntos imprescindibles.

La pedagogía moderna parece inspirarse en la tesis que hemos querido sostener aquí: que con prioridad debemos atender la motivación implementando estrategias que cautiven la atención sobre aquello que queremos enseñar. Por cierto, hace poco, ojeando un libro me encontré con la foto de un muchacho en cuya camiseta, con letras de molde, se puede leer:

mom it not an attention deficit it is that I am not interested

Las nuevas tendencias pedagógicas, además de la implementada por el profesor referido, no resuelve los casos particulares: el alumno sistemáticamente indisciplinado o disruptivo (por su frecuencia, su duración o intensidad) que impide su aprendizaje, el de sus compañeros y reta la paciencia (o salud mental) del profesor requerirá de un trabajo especial. En estos casos hará falta tener en cuenta características del estudiante, de su hogar y/o de los factores bajo los cuales ese comportamiento es función. Exige, en pocas palabras, un plan individualizado: porque aun quienes así se comportan, necesitan de nuestra ayuda.

Y, para terminar, a continuación algunas estrategias de reciente cuño: Aprendizaje adaptativo, entre pares, por actividades lúdicas, por proyecto, por competencias, aprendizaje colaborativo, basado en problemas, entre otras. Todas ellas de fácil acceso por la red.

Joaquín Páramo

[i] “la indisciplina reduce hasta la mitad el tiempo real de clase, afirma estudio realizado en 23 países” El Tiempo, 2/06/09


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