"Si estás buscando a la persona que cambiará tu vida,
échale una mirada al espejo."
Afrontar los diversos desafíos que impone la vida, en sus diferentes ámbitos, requiere del aprendizaje de ciertas competencias mínimas. Las habilidades sociales, comprensión lectora, sobre tecnología y pensamiento crítico, uno o dos idiomas, de negocios, autonomía, entre muchas, son competencias que el mundo viene exigiendo a quienes incursionan en él, nuestros hijos, y por supuesto a nosotros, los adultos, para sobrevivir.
Dentro de esta lista no hay ninguna competencia tan vital o de mayor pertinencia para la vida como el de la Autogestión.
¿Qué es la Autogestión?
Es la habilidad para definir con autonomía, tanto lo que se quiere lograr, como para identificar y usar los recursos que se requieren para ello.
¿Y el programa ofrecido, ¿en qué consiste?
Fundamentalmente, en que aprenda usted a administrar su proceso formativo y el disfrute de la vida en sus diferentes ámbitos: lo académico, lo social y familiar; la salud (o promoción de estilos de vida saludables), el trabajo, lo cultural, etc. En pocas palabras, enseñarle a usted a que tome el control de su propia vida.
Una breve presentación.
Teniendo presente la breve definición de Autogestión que anotamos arriba, se hace necesario ampliar eso de la autonomía que es inherente a ella.
Veamos:
La autonomía, según el diccionario de la real academia de la lengua es: “Condición de quien, para ciertas cosas, no depende de nadie”.
Ahora recurramos a la etimología de la palabra descomponiéndola en sus partes, así: del griego auto, “uno mismo” y nomos, “normas”. Es decir, la autonomía según su origen, significaría entonces ponerse reglas uno mismo; o sea, autogestionarse: volvemos a lo mismo.
Pero con todo y esto, no depender de nadie, aún para ciertas cosas, no significa que en las decisiones se acierta con suficiencia. Y ponerse reglas uno mismo dependerá de que tanto seguirlas produce resultados.
Con esta salvedad, qué más quisiéramos que tal condición la pudieran desarrollar con prontitud nuestros hijos, o perfeccionarla en nosotros, si creemos que la tenemos como para dar ejemplo.
Lograr que nuestros hijos sean autónomos (o autogestionados) significaría el culmen de nuestro papel como adultos pues, se comprenderá, que conseguir tal propósito es contar con que en una altísima probabilidad nuestros chicos habrán sopesado bien las alternativas antes de tomar una decisión que les convenga. Aún si esta no los afecta tan directamente. Pero, por más que resulte tan loable promover esta “condición” entre los jóvenes, no basta con nombrarla o con hablarles de sus ventajas una y otra vez como para esperar que de tanto repetirlo el joven termine siendo “autónomo” y con la capacidad adicional de auto gestionarse, es decir, de planear y comportarse en función de ello.
Para crear un repertorio de tal complejidad se impone mucho más que seguir instrucciones, así sea en forma de cantaleta. Con lo que sea, algún día, ojalá no muy lejano, nuestros hijos harán gala de total autonomía o de no depender de nadie: para acertar o equivocarse; vaya uno a saber con qué probabilidad ocurrirá lo uno o lo otro.
Porque de lo que se trata, en últimas, es de los aciertos con autonomía. Y para que esto tenga alguna probabilidad de éxito, se necesita del desarrollo de ciertas habilidades. Por ejemplo, un comportamiento asertivo ayuda a enfrentar situaciones sociales en las que una actitud sumisa o, en el otro extremo, agresiva, no ayuda a que nos respeten como sujetos con derechos. O para lograr los objetivos que nos hemos propuestos.
Ahora bien, para aprender la autogestión se requiere, para comenzar, la participación activa de padres de familia y, con frecuencia, la de sus profesores.
Durante el programa de Autogestión, se aprenderá a identificar y a diseñar las condiciones que harán falta para lograr lo que se pretende. Y eso implica saber enunciar los problemas, formular objetivos, recoger y representar información sobre sí mismo y su entorno físico y social, programar consecuencias por su desempeño, evaluar y medir los resultados de forma correcta, comprender que a veces la búsqueda de gratificaciones inmediatas conlleva costos muy altos en el largo plazo, etc.
En suma, se trata, no solo de adquirir la disposición y la capacidad de cambiar, sino de gestionar el cambio.
Para finalizar: Aprender a autogestionarse promueve el interés permanente por el logro de metas más diversas y complejas y dispara la autoestima o las creencias positivas sobre sí mismo por la satisfacción que se encuentra al lograr los resultados propuestos. Como beneficio adicional de suma importancia, estar sintonizado con los propósitos buscados levanta un muro contra las dificultades de la vida (acción preventiva) y hace menos probable asumir riesgos que a la postre estaríamos lamentado. Se trata en últimas en lograr que nuestros hijos se llenen de razones para quererse a sí mismos.
No hay ninguna competencia de mayor impacto para la vida que integre tantas habilidades y que a la vez signifique tanto como la habilidad para la Autogestión.
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